miércoles, 17 de julio de 2013

Comprame, comprame, comprame

En este post quizá excluya un poco a los lectores del género masculino, pero tengo que hablar de esta estupidez que pensé (re que no hay ni dos lectores, pero en fin, vale aclarar). Esto vendría a ser una acotación, así que la voy a poner en letra chiquita para que quede así corte re piola amigo *léase con voz de DJ Memo*

¿Por qué será que apenas caminás por la calle y vas viendo tiendas de ropa, te dan ganas de llevarte todo? Sos mujer, por eso es. Llegás a tu casa después de salir y pensás "había cosas tan lindas, amé la ropa de esos locales, me hubiese llevado todo".

Situación de ejemplo: Vas a locales de accesorios y apenas entrás, te entusiasmás mirando todo estupefacta. Mientras vas haciendo tu recorrido tranquila por el pasillito empezás a escuchar vocesitas. Entre paranóica y curiosa, te das media vuelta y te fijás de dónde vienen esos susurros. No ves nada, seguís caminando. Pero cuanto más tiempo pasa, los susurros se vuelven cada vez más fuertes y van llamando tu interés. Mirás para acá y para allá; esmaltes, vinchas, broches; de todo, pero nadie que susurre.

Te distraés y pensás en cada cosa que viste y ves, desde que entraste al local. Estas cosas te enamoran, te hacen obsesionar hasta que llegues al punto de comprarlas; esos moñitos de colores, tan originales; esa vincha roja tan linda, tan 'usable'; los anillos y las pulseras onda yankee (uuuy las pulseras y los anillos, oh my thor, indescriptibles, les podría dedicar tres posts completos en el blog a los anillos y las pulseras); los deseás, pero con $20 en el bolsillo, te resistís porque sabés que más tarde te pueden servir de algo. La tentación es muy grande. Y esos susurros, los susurros que no te dejan tranquila, te vuelven loca.

Empezás a ver los moñitos colorinches otra vez, acercás el oído a ellos, y por primera vez desde que escuchaste los susurros, lográs distinguir una palabra que se repite como una petición o ruego: 'comprame, comprame, comprame'. Ahhh, ¡con razón! ¡Eran ellos! Te alejás de los moños y escuchás, esta vez claramente 'llevame, no me abandones acá, porfis'. Te das vuelta y hacés pucherito y los mirás con una cara que dice 'perdón, me tengo que ir' y te vas. O casi te vas... No llegás a cruzar la puerta y ya volvés para atrás. No resistís, agarrás rápido dos moños de $6,50 cada uno, y vas con tu mejor sonrisa con la cajera, te dice 'hola, $13, ¿te interesaría comprar alguna de estas boludeces que ponemos porque no tenemos un carajo de monedas y queremos que gastes más guita?' (esto creo que lo distorsioné un poco, un poco nomás). Y vos, agarrás el billete de $20 y se lo das contentísima. Llegás a tu casa con la bolsita, sacás los moños y te los probás frente al espejo. Te quedan como el reverendo orto. Los guardás en un cajón y no planeás usarlos nunca más en tu puta vida.

Después de unos años abrís ese cajón y ves los moñitos, no te acordás en qué momento los habrás comprado, pero te gustan. Te los probás, te quedan perfectamente bien. Los empezás a usar todos los días. A las dos semanas te cansás de usarlos y los guardás con la idea de no volver a usarlos nunca más. Excepto dos años después, cuando los volvés a ver y repetís la historia de usarlos hasta el cansancio. Y así, señoras y señores, es como somos la mayoría de las mujeres. O por ahí soy sólo yo, pero me quiero sentir parte del montón, señoras, entiendan.

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